Eran las tardes de enero y con Ezequiel, seguíamos buscando cooperativas. Yo con tres hernias de disco en reposo y él en la note trabajando. La idea de Samay era pensar en proveedores locales, pequeños grupos, artesanos, gente que le pone garra a lo que hace. Y además la pretensión de que sean productos argentinos.
Así fue que una tarde nos encontramos con un paquete de té Ivy, cuyas mezclan superaban las propuestas de un técnico químico ( mi hermano) y un paladar audaz. El té de cascaras de naranja y azahares nos encantó y nos encontramos con Analía que nos contó sobre los secretos de sus sabores y sus variedades orgánicas y argentinas. Yo no pude con mi genio e inventé algunas creaciones: Té negro orgánico con almíbar de flores, Té verde con almíbar de naranja y pronto sale un almibar de maderas aromáticas para mezcar con algún otro té. Todo desde una silla con almohadones, lo que me valió el apodo de "abuela" por parte de mis queridos hermanos, sobrinos y de mi propia hija.